jueves, 24 de febrero de 2011

EL DESIERTO DE ERG CHEBBI, EN MARRUECOS, Y SUS ESPECTACULARES DUNAS GIGANTES



Naturaleza pura en toda su impresionante belleza


Este mar de arenas cambiantes, cuya existencia se desarrolla en los límites de la irrealidad, desprende un halo de energía especial que consigue transmitir una sensación única, la de estar en otro lugar más allá de nuestro mundo





















Viajamos en la caravana solidaria de Africa Nomadar hasta el corazón del desierto marroquí. Tras cruzar la cordillera del Atlas, que separa las costas del mar Mediterráneo y del océano Atlántico del Sahara, llegamos al oasis de Merzouga. Allí, besando los labios de la vecina Argelia, surge el grandioso paisaje de Erg Chebbi, con sus espectaculares dunas gigantes, un territorio de una belleza sobrecogedora.

La emoción se apodera de nosotros cuando entramos en este mar de arena, antesala del Gran Erg Occidental, una porción del Sahara, el desierto más extenso del mundo. La palabra “erg” procede del árabe y significa “amplia área de arena”. Hace unos 15.000 años, cuando la mayor parte de América del Norte y de Europa se encontraban bajo un ciclo de periodos glaciares, el Erg Chebbi, así como todo el Sahara, eran ricos y fértiles. Numerosas manadas de animales vagabundeaban por las llanuras y las exuberantes praderas. Los hombres prehistóricos vivían y prosperaban allí, y dejaron el testimonio de pinturas rupestres que mostraban esa tierra como un paraíso de cazadores.

El clima fue cambiando gradualmente en todo el Planeta. Los glaciares se derritieron y retrocedieron. Corrientes de aire cargadas de humedad, procedentes del Océano Atlántico, se movieron hacia el norte para precipitar agua sobre Europa en lugar de hacerlo sobre el norte de África. A partir de entonces, el Sahara se vio privado de su humedad y ríos. El suelo se resquebrajó y perdió su fertilidad. La rica tierra se convirtió en un mundo distinto, hostil, de una aridez extrema, abrasado por un Sol implacable y donde no sobreviven sino escasas formas de vida animal y vegetal. El desierto se manifestó como una tremenda realidad, como una especie de monstruo.

El paisaje de Erg Chebbi es alucinante y parece sacado del planeta Marte. Nos proporciona la subyugante sensación de haber atravesado un límite extremo de la vida, y de haber penetrado en otro mundo en el que nos hallamos absolutamente solos, donde se puede oír el silencio y gozar de la libertad en grado sumo, en una realidad que se encuentra fuera de nuestro espacio y de nuestro tiempo.

Los rayos del Sol azotan con despiadada intensidad. La tórrida arena origina un estremecimiento del aire abrasador, desdibujando los contornos del paisaje y confundiendo el ojo humano con las apariciones fantasmales del espejismo. El viento modela las arenas de las dunas, siempre cambiantes, creando infinitas formas abstractas, verdaderas obras de arte de la Naturaleza. El mar de dunas, cuyos colores se metamorfosean desde el rosado pálido hasta el anaranjado rojizo, llega hasta un horizonte de un azul indefinido.

Las grandes dunas en forma de media luna, o barjanes, son impulsadas corrientes aéreas a través del desierto. En algunas zonas, los vientos dominantes amontonan la arena formando auténticas montañas, dunas gigantescas de características únicas en todo el Sahara. La Gran Duna, la mayor de todas, puede alcanzar los 200 metros de altura. Ver atardecer y amanecer desde su cima es un espectáculo maravilloso de colores, luces y sombras. Basta dejarse atrapar por la singular hermosura de este paisaje, contemplándolo tranquila y silenciosamente, para encontrar la paz interior que anhelamos, una deliciosa experiencia.

Los dueños y señores de este reino son los bereberes, cuya población se ha mezclado con los árabes y negros subsaharianos. La hospitalidad es virtud bereber, y un té verde y una larga conversación esperan a quien se deje llevar por un tiempo que, en este medio, pierde el significado al que estamos acostumbrados. La sucesión de los días y las noches, y la evolución de las fases de la Luna, son los únicos ritmos que allí miden el tiempo.

Cuando la mirada se eleva de las interminables arenas hacia las extraterrenales cohortes de estrellas, que hacen solemnes las noches de estos parajes, forjando uno de los espectáculos naturales más asombrosos que puede percibir la vista humana, entonces nos viene a la cabeza aquellas palabras: “El desierto es lo más hermoso de todo; solamente él conmueve como el mar.”





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