domingo, 13 de febrero de 2011

SOLEMNE, ETERNA Y MÍSTICA: LA GRAN PIRÁMIDE DE KEOPS

Construida hace más de 4.500 años, es la única de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo que ha sobrevivido hasta nuestros días


Situada en la orilla izquierda del Nilo, junto a El Cairo, en Egipto, es el monumento de piedra más grande, complejo y hermoso que se haya construido nunca: una maravilla de maravillas

(Primera Parte)




































Imponentes estatuas de oro y marfil. Faros gigantescos. Jardines artificiales creados de la nada. Templos de fabulosa elegancia. Grandiosas construcciones funerarias. La fantasía y la creatividad de los escultores y arquitectos de la Antigüedad no conocía límites. Por África, el Mediterráneo y el Medio Oriente florecieron joyas arquitectónicas que han entrado en la leyenda.

Fue en Alejandría, en el siglo segundo antes del tiempo de Cristo, cuando el poeta griego Antipatro de Sidón hizo una relación de los monumentos y construcciones del mundo clásico que se consideraban síntesis de la belleza, es decir, las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Se limitó a siete, un número mágico entre los antiguos griegos. De aquel conjunto legendario sólo queda una edificación en pie, la Gran Pirámide de Egipto, curiosamente la más antigua. De los otros seis monumentos – la estatua de Zeus de Olimpia, el faro de Alejandría, el templo de Artemisa, el Mausoleo de Halicarnaso, los jardines colgantes de Babilonia y el Coloso de Rodas – no pueden ser visitados más que con la imaginación, ya que están en ruinas o se han desvanecido en las sombras del tiempo.

Cuando todas las otras maravillas han perecido bajo los asaltos del tiempo y las locuras humanas, sólo la Gran Pirámide sobrevivió. Se ha ganado justamente el título de “Maravilla de maravillas”. Han transcurrido más de 4.500 años desde su construcción, y todavía hoy no se conocen todos sus secretos. Los árabes medievales la llamaban “la montaña del faraón”. “El hombre teme al tiempo –afirmaban -, pero hasta el mismo tiempo teme a la Gran Pirámide”.

Está situada en la meseta de Giza, una necrópolis de la antigua ciudad de Memphis, la capital del Imperio Antiguo de Egipto. Su esbelta y majestuosa figura, orgullosamente erguida sobre la arena del desierto, es un espectáculo que sobrecoge el ánimo. Es difícil no quedar extasiado ante ella. Es uno de esos lugares que hay que ver antes de morir. La ascensión hasta la alta meseta sobre el valle, en la margen occidental del Nilo, cerca de El Cairo, es como entrar en una máquina del tiempo que, como por arte de magia, te hace retroceder casi cinco mil años en la Historia. En un abrir y cerrar de ojos, toda la magnificencia y esplendor del Egipto faraónico se muestran ante nuestros ojos.

Al principio, desde la distancia, las tres pirámides principales que se observan parecen montañas de cimas afiladas. Desde lejos, la impresión no es tan intensa; pero en la proximidad su tamaño resulta colosal : son monstruosas. Todo es piedra y cielo. Aparecen con frecuencia como singularmente ingrávidas e irreales; y tanto su tamaño como su escala son difíciles de comprender. La mayor parte del día, hacen insignificante su sombra y esto trastorna las expectativas normales de perspectiva. “A través de realizaciones como éstas los hombres suben hasta los dioses, o los dioses descienden hasta los hombres”, escribió el griego alejandrino Filo de Bizancio, en el siglo tercero antes de Cristo.

La mayor y más antigua de las tres es la Gran Pirámide, construida por el segundo faraón de la cuarta dinastía del Imperio Antiguo, Jufu ( también conocido por su nombre griego Keops). La pirámide mediana corresponde al rey Jafra (Kefrén, en griego), hijo de Keops, y de un tamaño similar; la más pequeña es la tumba de Mekaura
(o Micerino), nieto de Keops. Formando parte del complejo funerario de Kefren aparece la Gran Esfinge, una monumental estatua esculpida en la roca caliza de la meseta. Con sus 73 metros de longitud y 20 metros de altura, representa a un león con cabeza humana, posiblemente una representación del rey Kefren.


El Antiguo Egipto, que alcanzó tres épocas de esplendor faraónico, tenía dos rasgos dominantes: el desierto inhóspito y el vivificante río Nilo. Como la vida dependía de las finas franjas de tierra habitable en cada margen del río, los centros de importancia política, religiosa y social crecieron a lo largo de su extensión. A lo largo del tiempo, las poblaciones se establecieron a lo largo del Nilo, donde la tierra era fértil casi todo el año. El desierto era utilizado solamente como cementerio.

Los antiguos egipcios creían en una vida de ultratumba. Cuando la vida terrenal acababa, según ellos, los humanos renacían a una nueva e imperecedera existencia en el Más Allá. Nada era más importante que alcanzar la vida eterna y hacían cuanto estaba a su alcance para conseguirlo. Cuando más poder y dinero tenían, más gastaban para su preparación para la muerte.

Los faraones egipcios, durante las primeras dinastías, fueron considerados dioses vivientes, que algún día abandonarían la Tierra para reunirse con los demás dioses, en especial con Ra, símbolo de la luz solar, dador de vida, que recorría cada día el cielo en su llameante “barca”, para después atravesar las lúgubres tinieblas del Más Allá por la noche. Como preparación para la inmortalidad, los faraones se hacían construir moradas para la otra vida en el límite de la meseta desértica, situadas estratégicamente en la zona occidental del Nilo, por donde se ponía el Sol al atardecer, que era donde el difunto iniciaba su viaje al inframundo.

En un principio, estas “moradas de la muerte” eran grandes construcciones de adobe elevadas sobre el suelo, las llamadas mastabas, con la cámara sepulcral situada en el subsuelo. Posteriormente, durante la tercera dinastía, Imhotep – el primer arquitecto conocido del mundo - abandona la forma de la mastaba y hace construir para su rey una tumba con un diseño revolucionario: la pirámide escalonada de Saqqara, el primer monumento conocido construido enteramente en piedra, en vez del tradicional ladrillo de adobe. Es posible que esta primera pirámide representara, literalmente, una escalera hacia el cielo.

La tercera dinastía inaugura la época de las pirámides, pero el vértice de su gloria tiene lugar con la cuarta dinastía. Los arquitectos de este periodo desarrollaron para sus respectivos monarcas las pirámides de caras lisas, en el colosal complejo funerario de Giza, que alcanzaron su esplendor con Keops, Kefren y Micerinos. La forma de pirámide “clásica” se cree que simboliza los rayos del Sol.

Actualmente, en Egipto hay restos de más de cien pirámides. La Gran Pirámide, Ajet Jufui (El esplendor de Jufu), sin duda debió causar sensación con su gran altura y su recubrimiento de lisa piedra caliza coronado con un piramidón de oro, refulgiendo en la planicie desértica cuando incidía en él la luz del Sol. El complejo funerario de Jufu está formado por la Gran Pirámide, las tres pirámides de las reinas, una pirámide satélite, múltiples mastabas - de miembros de la familia real, sacerdotes y funcionarios - organizadas en tres cementerios, fosos conteniendo barcas funerarias, dos templos funerarios, una larga calzada y un embarcadero a orillas del Nilo.

Originalmente, la Gran Pirámide medía 146,6 metros de altura, una longitud equivalente a un edificio moderno de 40 pisos. Pero hoy día, sólo alcanza los 138,5 metros. El paso de los siglos y la erosión de la Naturaleza redujeron su grandeza en ocho metros. En el área que ocupa el monumento cabrían hasta ocho campos de fútbol. Y para rodearla hay que caminar casi un kilómetro.

Fue necesaria una cantidad asombrosa de piedra para construirla, mayor que la empleada por los ingleses en el curso de mil años para los construcción de todas sus iglesias. En total, unos 2.300.000 bloques de piedra caliza, colocados en 210 hileras, cuyo peso medio es de dos toneladas y media por bloque, aunque algunos de ellos, como los que forman la cubierta de la base, llegan a pesar hasta 15 toneladas. Pero los bloques más pesados son las losas de granito rojo de la cámara del Rey, con un peso comprendido entre 27 y 63 toneladas. Originalmente, la Gran Pirámide estaba recubierta de arriba abajo por unos 27.000 bloques de piedra caliza blanca, pulidos, de varias toneladas cada uno, que reflejaban la luz solar y hacían que la pirámide pudiera verse a kilómetros de distancia. Pero el más prodigioso edificio de Egipto ha perdido todo su revestimiento exterior, de modo que los bloques de piedra han quedado a la vista.

La construcción de su propia tumba era la labor principal del reinado de cualquier faraón del Antiguo Egipto. Los especialistas coinciden en afirmar que la Gran Pirámide fue erigida durante el gobierno de Keops, esto es, en la primera mitad del siglo XXVI antes de Cristo. La fecha estimada de terminación de la faraónica obra es alrededor de 2.570 antes de Cristo. Hijo del faraón Seneferu y de la reina Hetepheres I, Keops fue uno de los hombres más poderosos de todos los tiempos. Durante su reinado la monarquía alcanzó su mayor poder. Se aseguró el control sobre todos los estamentos del primer gran estado absolutista conocido. Fue un gobernante carismático, venerado como un dios, en siglos posteriores.

El visir Hemiunu es uno de los grandes olvidados de Egipto. Pocos se acuerdan de él, a pesar de ser el artífice de una de las construcciones más extraordinarias de la Historia. Fue el principal arquitecto de la Gran Pirámide. Debía tener amplios conocimientos técnicos, porque las medidas y proporciones de esta maravilla arquitectónica muestran una exactitud asombrosa. Presenta una simetría geométrica impresionante. Las cuatro caras del monumento están orientadas hacia los cuatro puntos cardinales, con una precisión pasmosa. Las longitudes de la cara más larga y la más corta difieren en poco más del tamaño de un lápiz. El pavimento que rodea al monumento se encuentra muy bien nivelado. Esta precisión hubo de ser lograda con medios muy sencillos. Los antiguos egipcios no conocían la brújula, y hacían sus cálculos y mediciones a través de la estrellas, y tuvieron que utilizar niveles de agua para determinar la horizontalidad. Pero el modo con que se consiguió construirla es mera conjetura.

Y si espectacular es por fuera, entrar en ella es algo sobrecogedor : la sensación de claustrofobia, la oscuridad, el olor, el calor agobiante... El interior es una intricada red de corredores, rampas y galerías que desemboca en la cámara sepulcral, proyectada en tres niveles. La entrada actual, situada en la cara norte, lleva hasta un pasadizo que desciende y se bifurca en dos ramales. Uno de ellos desciende hasta una cámara excavada en el subsuelo en el que se asienta la pirámide. El otro ramal, ascendente, se extiende, por un lado, hasta una pequeña cámara denominada de la Reina, que no se destinó a la esposa del faraón, y por el otro, hasta la Gran Galería, un amplio corredor inclinado de unos 47 metros de longitud y 8 metros de altura. Este corredor es una obra maestra arquitectónica por derecho propio, con una precisión extraordinaria de construcción y diseño.

A su vez, la Gran Galería lleva a una cámara mayor, o del Rey, que contiene un sarcófago vacío de granito, de dos metros de largo, sin tapa y sin inscripciones, depositado allí durante la construcción de la pirámide, puesto que es más ancho que la entrada a la cripta. La cámara se encuentra a casi 43 metros sobre el nivel del suelo. Es el corazón de la Gran Pirámide, sin duda uno de los lugares más misteriosos y tétricos del mundo, extrañamente cálido, donde reina el silencio más absoluto.

La Cámara Real está conformada por bloques y losas de granito rojo y es de planta rectangular, paredes y techo lisos, sin decoración, y únicamente contiene, como hemos dicho, un sarcófago. Sobre la techumbre se encuentran las llamadas cámaras de descarga, cinco falsos techos donde fueron descubiertas varias inscripciones jeroglíficas, las únicas encontradas hasta ahora en toda la pirámide. Exploradores árabes en el siglo XII de nuestra Era aseguran haber visto tantas inscripciones en las caras de la pirámide que podrían llenar más de diez mil páginas. Todas esas inscripciones desaparecieron cuando el monumento perdió su recubrimiento exterior en el siglo XIII. Desde entonces, la Gran Pirámide ha estado tal como la vemos ahora.

En las inscripciones de los falsos techos aparece un cartucho con los caracteres egipcios del nombre de Jufu, además de jeroglíficos que mencionan el nombre de los trabajadores que pusieron ahí las losas de granito durante el decimoséptimo año del reinado de Jufu. Las cámaras de descarga permanecieron totalmente inaccesibles desde la construcción del edificio hasta el año 1877, cuando tuvo lugar el hallazgo de los jeroglíficos. Esta evidencia demuestra, sin lugar a dudas, que la Gran Pirámide fue construida por los antiguos egipcios, hombres de carne y hueso, y no por una civilización alienígena venida de no se sabe dónde, como sostienen algunas descabelladas teorías.

Algunos egiptólogos consideran que la cámara real pudo haber sido profanada durante la séptima a la décima dinastía. Muy pocas pirámides y tumbas del Antiguo Egipto se libraron del saqueo. Quizá por este motivo nunca se ha encontrado ningún ajuar funerario ni la momia del faraón, aunque hay quienes se resisten a admitirlo. Estos últimos están convencidos de que la Gran Pirámide tiene pasadizos secretos y que todavía está por descubrirse la verdadera cámara funeraria del divino faraón. Incluso queda todavía abierto un antiguo interrogante : ¿Fue realmente sepultado en la pirámide el faraón Keops? La verdad está ahí dentro.

De la cámara real parten dos angostos conductos inclinados, de sólo 20 centímetros de diámetro, situados en las paredes norte y sur, que penetran a través de la masa de piedra hacia el exterior de la pirámide. Nadie ha conseguido averiguar la función de tales canales. Algunos apuntan a que tendrían un sentido religioso, para facilitar la salida del “ka” – una fuerza de vida que continuaba después de la muerte - del difunto faraón hacia el firmamento. Se da la circunstancia que el canal de la pared norte apunta hacia las estrellas que hoy conocemos como circumpolares, y que los antiguos egipcios reverenciaban al considerarlas “indestructibles” . Cuando moría el faraón, su “ka” subía al cielo y se convertía en una de esas estrellas imperecederas. Allí el divino monarca resucitaba como un “akh” (o espíritu) y vivía para siempre. Basándose en estas creencias, el arquitecto Hemiunu tal vez desarrolló la Gran Pirámide como una “máquina de resurrección”. El estrecho canal estaría dirigido como un “telescopio” hacia las “indestructibles”, asegurando así el viaje a la eternidad para su rey.

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